jueves, 29 de julio de 2010

Cap.45 Peleas.

Entré en casa y subí a mi habitación para pensar un poco en las cosas. Me puse un rato a tocar el piano, y luego me puse a hacer el tonto con Toby.
Cristina seguramente le estaría contando a Jonathan lo de Jennifer, ya que Sara y Alejandro estaban trabajando. El sonido de mi móvil me sacó de mis pensamientos. Era Jonathan. Puse el altavoz para poder seguir tonteando con el perro.
-Selena, mi hermana se ha vuelto loca, ¡dice que tiene una hija!
-No está loca, lo que dice es verdad. Es más, se ha enterado gracias a mí.
-Pero, ¿cómo…?
-A ver Jonathan, un día de casualidad me encontré con un orfanato, en el que conocí a una niña, y dio la casualidad que esa niña era hija de tu hermana, vamos, tu sobrina.
-Para y respira. Ahora, explícame bien porque me he perdido.
Se lo expliqué todo bien, y me dijo que se iba a echar un rato, porque con tanto lío se había mareado.
Yo volví a mis tonterías con el perro hasta que me harté, y me puse a ver la televisión.
-Cielo, ¡a comer!-era la voz de mi madre.
-¡Ya voy!
Bajé y ayudé a Eve a poner la mesa. También estaban allí sus amigos Sergio y Laura.
-Selena, esta tarde vamos a mirar el menú para la boda, ¿te quedas cuidando a los niños?
-Claro mamá, sin problemas.
-Gracias.
-¿Para cuándo te han dado la fecha al final?
-El día 10 de julio.
-Mejor, así ya habrá nacido el bebé.
Comimos los cinco, ya que Pedro no había llegado aún. Cuando terminé, recogí la mesa y subí a mi habitación.
Abrí mi correo, y entre varias propagandas, tenía un correo de Lulú.
“¡Cariño!
He pensado que podrías venirte a El Castillo unos días a mediados de Junio, y después nos vamos las dos para allá. Contesta cuando puedas, un besazo guapa. ¡Te quiero mucho!”
En cuanto terminé de leerlo bajé y le pregunté a mi madre si me dejaba ir. Por supuesto, dijo que sí, le encantaba que fuera allí y viera a mis abuelos. Pero claro… la cuestión era, ¿qué iba a decir Jonathan? Sabía que iba a haber lío. Lo llamé y le pedí que viniera a casa para contárselo. Al poco rato, llegó.
-¿Por qué me has llamado? ¿Pasa algo?
-Pues… he hablado con Lulú y me ha dicho de irme unos días a El Castillo… después nos vendríamos juntas.
-No pasa nada, ¿cuándo te vas?
-A mitad de junio…
-¡¿Qué?! ¡De eso nada! ¡Si estarás a punto de parir! ¡No puedes irte!
-A mí no me grites, ¿y sabes qué te digo? ¡Que me voy! ¡Que estoy harta de que controlen mi vida! ¡Ya soy mayorcita!
-¡Estás loca! ¡Haz lo que te dé la gana!-dijo y se fue dando un portazo.
Yo no me moví hasta que no oí su moto. Estaba bastante mal. Habíamos peleado muchas veces, pero esta había sido la peor. No pude más, y comencé a llorar.
Menos mal que no tenía pensamiento de salir esa tarde, pues no quería cruzarme con nadie. Eve, Sergio y Laura estarían en la piscina, así que tendría que bajar para hacer de “socorrista”. Puse mi toalla en la tumbona y puse una mesita pequeña al lado de la tumbona. Saqué mi mp5, mis gafas de sol y la crema solar. Subí y me puse un vestido ancho, pues no quería que los amigos de Eve me vieran en bikini con la barriga que tenía ya.
-¡Selena! Queremos bañarnos ya.
-¿Estáis ya listos?
-Sí, estamos abajo.
-Bueno, pues vamos para allá.
Bajamos abajo y yo me tumbé a escuchar música, aunque en un volumen bajo por si pasaba algo con los chicos. Pasaron las horas y los chicos no se hartaban. Eran ya las siete, y les dije que salieran para comer algo.
Entonces mi madre me llamó y me dijo que Pedro y ella se iban a la fiesta de unos amigos, y que como no era de este pueblo, dormirían allí.
-Pero mamá, si hoy se quedan los amigos de Eve a dormir…
-[…]
-Bueno, ya que he estado toda la tarde de niñera, por unas horas más no pasa nada.
-[…]
-De nada, pero vendrás a arreglarte, ¿no?
-[…]
-Entonces ahora nos vemos.
-[…]
-Yo también te quiero.
Colgué el teléfono y me quedé allí, parada.
¿Cómo estaría Jonathan? ¿Seguiría enfadado, o tal vez triste? Un millón de preguntas llenaron mi cabeza y me mareé un poco, así que me senté.
Tenía muchas ganas de ir a El Castillo, para ver a Lulú, a su hermana Silvia, un año más grande que ella, y a su sobrino e hijo de Silvia, Antonio Manuel. Por supuesto quería ver a mis abuelos. Ellos eran los mejores, eran muy marchosos y muy alocados. Eran muy jóvenes ya que tuvieron a mi madre cuando eran adolescentes. Parecía una norma en mi familia, tener hijos en la adolescencia. Mis abuelos siempre estaban viajando y haciendo cosas divertidas, y eso hacía que me encantara estar con ellos. De mis abuelos paternos no sé gran cosa, porque cuando murió mi padre, se fueron a vivir al extranjero, y sólo los veo una vez cada dos o tres años.
Aunque tengo recuerdos de cuando mi padre estaba vivo, ellos eran los típicos abuelos que miman mucho a sus nietos. Yo los quiero mucho y me da pena no verlos más a menudo.

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